Subías por el callejón
cargaíta de bolsas, tu pelo suelto no me dejaba ver tu naríz. Y yo hablando
conmigo: por qué no descansa y se para en esa esquina y me dice su nombre.
Espera que para mí
escuchar tu voz es poder respirar y soñar esta noche.
El lagarto de la
Magdalena volvió la cabeza, no insistas. Si te mira, date por cautivo. Vivirás
buscando su palabra, el gesto de su caricia, la música de su risa, el agua que
en su raudal encierra.
Y por bulerías, entre
el ruido de la calle, lloré: Quisiera besarte, pero como no puedo me conformo
con mirarte.
Aquel apunte, aquel
gesto, aquél principio de sonrisa me ha llenao el alma.
Ahora le escribo. Me cruzo con ella, ni me mira ni la miro, pero nos miramos y en la bolsa que lleva espinacas dejo como
cada viernes hojas de más, como quisiera
probarlas… esparragás.